domingo, 6 de noviembre de 2016

Discerniendo una Vocación - Parte 3


El Matrimonio
Cada auténtico matrimonio ha sido “arreglado en el cielo” (Tob 7, 11)  

La vocación al matrimonio nunca es genérica ni teorética.  Uno no se casa con una idea ni un concepto.  Siempre se casa con una persona específica y concreta.  ¿Cómo he de saber con quién he de casarme? Cuando unos fariseos se acercaron a Jesús para preguntarle sobre el divorcio, Jesús se volvió “al principio:” “¿No han leído que en el principio el Creador los hizo hombre y mujer?” (Mateo 19, 4 y Miqueas 10, 6).  Si queremos entender la vocación al matrimonio, también debemos volver “al principio,” a la experiencia de Adán y Eva.  En la segunda historia de la creación, que se puede encontrar en el segundo capítulo del libro de Génesis, Dios crea primero el hombre solo, Adán.  Pero Dios se da cuenta que “no es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2, 18).  Por eso crea los animales y las aves, pero ninguno de ellos le conviene al hombre para ser su compañero.  Por fin Dios, mientras duerme el hombre, toma una de sus costillas y la forma para ser la mujer.  Cuando Dios presenta a la mujer al hombre, Adán exclama: “¡Ésta si es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Gén 2, 23).  Es decir que él se reconoce, se descubre a sí mismo en la persona de Eva.


Aquí encontramos la esencia y la misión de los matrimonios.  Los esposos han de ser como “espejos” para sus parejas.  Es decir que revelan la identidad verdadera de sus esposos a ellos mismos.  Dios da a cada esposo una revelación especial de su pareja, una manera de mirarlo hasta el corazón, que comparte algo de la visión especial y amor único que Dios mismo tiene a su pareja.  Por eso el esposo se convierte en ser misionero a su pareja, un misionero que revela la identidad verdadera de su pareja y el amor único que tiene Dios hacia con él o ella.


Este es el criterio definitivo para el matrimonio: ¿Me ha dado Dios esta visión especial, esta misión única hacia una persona específica? O bien, ¿hay alguien especial que a mí me ha revelado a mí mismo? ¿Alguien que me ha demostrado como me mira Dios a mí, el amor que tiene Dios para conmigo?  Por eso, el discernimiento del matrimonio es una experiencia de descubrimiento.  El Arcángel Rafael dice al joven Tobías que se la destinó a su novia para él desde antes de que existiera el mundo (Tob 6, 18).  En una manera semejante podemos decir que cada auténtico matrimonio cristiano ha sido “arreglado en el cielo” (Tob 7, 11).  “Por eso,” dice el libro de Génesis, “un hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, los dos se funden en un solo ser” (Gén 2, 24).


Sin embargo, San Pablo dice en su carta a los Efesios que esto se refiere al “gran misterio,” es decir a Cristo que es novio de la Iglesia, su esposa (Efe 5, 31-32).  Es por eso que el matrimonio cristiano es un sacramento y una unión indisoluble: porque representa la irrompible alianza nupcial que existe entre Cristo y la Iglesia.  También es porque desde el momento de sus bodas los esposos deben amar a Jesús mediante sus parejas.  En el Sacramento de Matrimonio los esposos representan Cristo a sus parejas.  No pueden relacionarse con Él sin referencia a sus cónyuges. Esto requiere sacrificio de sí mismo, deferencia, respeto y un compromiso para toda la vida.  Pero también es la base del “misticismo del matrimonio” que consiste en descubrir la presencia de Cristo en su esposo y en sus hijos y entregarse a Él mediante ellos, acogiendo el consejo de San Francisco: “nada de ti reten para ti.”

Por eso, el noviazgo cristiano es fundamentalmente diferente que el noviazgo del mundo.  Según la mente del mundo, el propósito del noviazgo es aprovecharme de la compañía de la otra, sentirme seguro o satisfecho emocionalmente solo por tener a una novia bonita a mi lado, o aún peor, tener a alguien con quien pueda pecar contra la castidad.  Según el mundo, no importa si me voy a casar con esta persona o no.  Lo que importa para el mundo es tener a alguien a quien pueda usar emocionalmente o aún peor, sexualmente.  Pero, según la mente de Dios el propósito del noviazgo es discernir la vocación al matrimonio y buscar la persona con quien Dios ha destinado que me case.  Por eso el noviazgo cristiano es algo honorable, algo serio, algo en que entro yo lentamente, discerniendo más profundamente con cada paso si esta persona es la persona con quien he de casarme según la voluntad y el plan de Dios.


P. Heraldo Brock, CFR

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