SEMILLAS DE UNA VOCACIÓN (Discerniendo una Vocación
– Part 5)
La persona así llamada, invitada por Jesús a este tipo de vocación
extraordinaria tal vez no pueda expresarlo en palabras. Pero sí, siente
algo en su corazón, algo jalándolo, empujándolo, impulsándolo, llevándolo hacia
Cristo. Sí, reconoce lo bueno en la
vocación del matrimonio y la vida familiar, y se siente atraído a lo mismo en
el nivel natural. Pero también se siente
una atracción más sutil pero a la vez más profunda y más poderosa hacia un
discipulado radical que le pide todo en entregarse completamente a Cristo. Y tal vez se sienta que a pesar de lo bueno y
la belleza del matrimonio y tener una familia propia, todavía eso no sería
suficiente para satisfacer los deseos de su corazón. Como el joven rico en el Evangelio la persona
así llamada pregunta a Jesús: “¿Qué más
me falta?” y oye en su interior la voz de Jesús respondiendo: “Si quieres
ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro
en el cielo. Luego ven y sígueme” (Mt
19, 20-21). Estas son las semillas de una vocación.
Pero, para poder germinar, crecer y dar fruto en una vocación realizada, es absolutamente necesaria el agua de la
oración. Si no, el joven corre el
riesgo de irse triste como el joven rico en el Evangelio por no poder responder
a la invitación de Jesús. Lo que pasa
entre el joven llamado y Jesús en la oración es algo semejante de lo que pasa
entre una pareja en un noviazgo. Van
conociéndose cada vez más, profundizando su relación hasta que la única
posibilidad que pueden imaginarse es que se casen y pasen el resto de sus vidas
juntos. Lo que pasa con el joven
escogido en la oración es que, por leer las Sagradas Escrituras, por hablar con
Jesús corazón a corazón, y más que todo por pasar tiempo en silencio en su
Presencia Eucarística, asistir en la Misa lo más frecuentemente posible y
recibir a Jesús en el Santísimo Sacramento, es que el sentido de esta vocación
crece, el deseo de seguirla se profundiza y el “tamaño” del “lugar” de Cristo
en la vida del joven se agranda hasta que el joven no puede imaginarse la vida
sin vivir exclusivamente dedicado a Cristo.
Es importante decir, en este punto, que todos los cristianos, a pesar de su particular vocación o estado de
vida, comparten una dignidad igual y
común, arraigada en los Sacramentos del Bautismo y Confirmación, y que todos son llamados a la santidad. Y que todos juntos expresan la totalidad del
misterio de Cristo. Los laicos se
distinguen por su actividad en el mundo y su misión de buscar el Reino de Dios
y anunciar el Evangelio en medio de las realidades temporales, ordenándolas
según la voluntad de Dios. Los
sacerdotes diocesanos se destacan, a través de su consagración sacramental en
las Órdenes Sagradas, por su ministerio apostólico de “apacentar el pueblo de
Dios con la enseñanza de la Palabra, la administración de los Sacramentos y el
ejercicio de la potestad sagrada al servicio de la comunión eclesial.” Los religiosos se caracterizan por abrazar
los consejos evangélicos, es decir, “la forma de vida practicada personalmente
por Jesús y propuesta por Él a los discípulos… [una] especial conformación con
Cristo virgen, pobre y obediente” (véase Papa San Juan Pablo II, Vida Consagrada, nos. 31-32).
P. Heraldo Brock, CFR
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