El Matrimonio
Cada auténtico matrimonio ha sido “arreglado en el cielo” (Tob 7, 11)
La vocación al matrimonio nunca es genérica ni
teorética. Uno no se casa con una idea
ni un concepto. Siempre se casa con una
persona específica y concreta. ¿Cómo he
de saber con quién he de casarme? Cuando unos fariseos se acercaron a Jesús
para preguntarle sobre el divorcio, Jesús se volvió “al principio:” “¿No han
leído que en el principio el Creador los hizo hombre y mujer?” (Mateo 19, 4 y
Miqueas 10, 6). Si queremos entender la
vocación al matrimonio, también debemos volver “al principio,” a la experiencia de Adán y Eva. En la segunda historia de la creación, que se
puede encontrar en el segundo capítulo del libro de Génesis, Dios crea primero
el hombre solo, Adán. Pero Dios se da
cuenta que “no es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2, 18). Por eso crea los animales y las aves, pero
ninguno de ellos le conviene al hombre para ser su compañero. Por fin Dios, mientras duerme el hombre, toma
una de sus costillas y la forma para ser la mujer. Cuando Dios presenta a la mujer al hombre,
Adán exclama: “¡Ésta si es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Gén 2,
23). Es decir que él se reconoce, se
descubre a sí mismo en la persona de Eva.
Aquí encontramos la esencia y la misión de los
matrimonios. Los esposos han de ser como “espejos” para
sus parejas. Es decir que revelan la
identidad verdadera de sus esposos a ellos mismos. Dios da a cada esposo una revelación especial
de su pareja, una manera de mirarlo hasta el corazón, que comparte algo de la
visión especial y amor único que Dios mismo tiene a su pareja. Por eso el esposo se convierte en ser
misionero a su pareja, un misionero que revela la identidad verdadera de su
pareja y el amor único que tiene Dios hacia con él o ella.
Este es el criterio definitivo para el
matrimonio: ¿Me ha dado Dios esta visión especial, esta misión única hacia una
persona específica? O bien, ¿hay alguien especial que a mí me ha revelado a mí
mismo? ¿Alguien que me ha demostrado como me mira Dios a mí, el amor que tiene
Dios para conmigo? Por eso, el
discernimiento del matrimonio es una experiencia de descubrimiento. El Arcángel Rafael dice al joven Tobías que
se la destinó a su novia para él
desde antes de que existiera el mundo (Tob 6, 18). En una manera semejante podemos decir que
cada auténtico matrimonio cristiano ha sido “arreglado en el cielo” (Tob 7, 11). “Por eso,” dice el libro de Génesis, “un
hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, los dos se funden en
un solo ser” (Gén 2, 24).
Sin embargo, San Pablo dice en su carta a los
Efesios que esto se refiere al “gran
misterio,” es decir a Cristo que es novio de la Iglesia, su esposa (Efe 5,
31-32). Es por eso que el matrimonio
cristiano es un sacramento y una unión indisoluble: porque representa la
irrompible alianza nupcial que existe entre Cristo y la Iglesia. También es porque desde el momento de sus
bodas los esposos deben amar a Jesús mediante sus parejas. En el
Sacramento de Matrimonio los esposos representan Cristo a sus parejas. No pueden relacionarse con Él sin referencia
a sus cónyuges. Esto requiere sacrificio de sí mismo, deferencia, respeto y un
compromiso para toda la vida. Pero también
es la base del “misticismo del matrimonio” que consiste en descubrir la
presencia de Cristo en su esposo y en sus hijos y entregarse a Él mediante
ellos, acogiendo el consejo de San Francisco: “nada de ti reten para ti.”
Por eso, el noviazgo cristiano es
fundamentalmente diferente que el noviazgo del mundo. Según la mente del mundo, el propósito del
noviazgo es aprovecharme de la compañía de la otra, sentirme seguro o
satisfecho emocionalmente solo por tener a una novia bonita a mi lado, o aún
peor, tener a alguien con quien pueda pecar contra la castidad. Según el mundo, no importa si me voy a casar
con esta persona o no. Lo que importa
para el mundo es tener a alguien a quien pueda usar emocionalmente o aún peor,
sexualmente. Pero, según la mente de
Dios el propósito del noviazgo es discernir la vocación al matrimonio y buscar
la persona con quien Dios ha destinado que me case. Por eso el noviazgo cristiano es algo honorable,
algo serio, algo en que entro yo lentamente, discerniendo más profundamente con
cada paso si esta persona es la persona con quien he de casarme según la
voluntad y el plan de Dios.
P. Heraldo Brock, CFR