lunes, 30 de enero de 2017

En el jardín de Dios hay muchas flores (Parte 11)




(Discerniendo una Vocación– Parte 11)

Cada comunidad religiosa posee un carisma único.  Es el don del Espíritu Santo, dado a y por el fundador, que hace de la comunidad algo especial y diferente, le da su identidad específica y señala una manera única de seguir a Jesús y vivir el Evangelio.  Hay familias espirituales distintas de religiosos que demuestran distintos carismas, características y espiritualidades.  Por ejemplo hay la familia monástica benedictina de San Benito y Santa Scolástica que destaca “oración y trabajo,” la liturgia y separación del mundo.  Hay la familia dominicana de Santo Domingo, Santo Tomás de Aquino y Santa Catalina de Siena que subraya el estudio y la contemplación y la predicación de “la Verdad.”  Hay la familia jesuita de San Ignacio de Loyola que obra para “el mayor honor y gloria de Dios” y destaca la obediencia absoluta.  Hay la familia carmelita de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Ávila y Santa Teresita de Lisieux que se dedica a la oración contemplativa y la austeridad.  Hay la familia de caridad de San Vicente de Paúl y Santa Teresa de Calcutta que sirve y descubre la presencia especial de Jesús entre los más pobres.  Hay la familia de maestros escolares de San Juan Don Bosco, Santa Ángela Merici, de los Hermanos Maristas y Cristianos y otros que se dedica a la educación y formación cristiana de jóvenes.  Y por fin, hay la familia franciscana de San Francisco y Santa Clara que se esfuerza vivir el Evangelio sencillamente en pobreza, humildad, fraternidad y menoridad.  Si uno está discerniendo una llamada a la vida religiosa, vale la pena examinar su corazón para hacer más claro hacia exactamente qué tipo de vida se siente atraído: activa o contemplativa; a qué tipo de apostolado; a qué estilo de vida; a qué tipo de espiritualidad.  Con estas preguntas así un joven puede comprobar y comparar la llamada que el Señor ha puesto en su corazón con la vida  de comunidades religiosas.

El proceso de discernimiento es un proceso de descubrirme a mí mismo, a mi identidad verdadera, a quien soy yo en Cristo, a quien soy llamado a ser.  Se puede ver este proceso en la vida del Apóstol Simón en el evangelio.  En el momento dramático en lo cual pudo, por una revelación especial del Padre, decir que Jesús era “el Mesías, el Hijo de Dios vivo,” en este mismo momento Jesús pudo revelar a Simón su nueva y verdadera identidad y su vocación mediante un nombre nuevo: “Pedro,” la piedra sobre la cual Jesús edificaría su Iglesia (Mt 16, 13-20).  Lo mismo con San Pablo.  Cuando encontró a Jesús, en aquella visión deslumbrante, encontró a sí mismo, y se llamó por otro nombre: “Pablo,” apóstol a los gentiles, maestro de las naciones (véase Hech 9, 1-19. 22, 1-21. 26, 4-18; Gál 1, 15-16).  Es un proceso de quitarnos del “hombre viejo” y ponernos el “hombre nuevo” en Cristo (Efe 4, 22-24; Col 3, 9-10).

P. Heraldo José Brock, C.F.R.

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