El Sacerdocio Diocesano
Por el
Sacramento de Órdenes Sagrados, el sacerdote llega a ser identificado y configurado a Cristo. Puede decir que: “Ya no vivo yo, sino Cristo
vive en mi” (Gál 2, 20). El sacerdote es una imagen viva de Cristo
Sumo Sacerdote, Cristo el Buen Pastor y Cristo el Novio de la Iglesia. Él encuentra su identidad en celebrar los
“Sagrados Misterios” – es decir los Sacramentos – sobretodo la Santísima
Eucaristía, y en proclamar la Palabra de Dios.
Si no tiene una comunidad religiosa propia y aun frecuentemente vive
solo, es para que forme del pueblo encomendado a su cuidado pastoral una
auténtica comunidad Cristiana de fe, esperanza y caridad. Pore so, el enfoque del sacerdote diocesano
es la parroquia: es el campo del Señor en que trabaja. Por fin, cada sacerdote es icono vivo de
Cristo, Novio de la Iglesia. Él
representa a Jesús a la gente que es Su esposa.
El párroco acompaña a su pueblo en sus alegrías y tristezas, en sus
esperanzas y en sus sufrimientos. Es por
eso que solo los varones pueden ser sacerdotes: únicamente ellos pueden
representar adecuadamente este aspect del misterio nupcial. También es pore so que la Iglesia les pide a
los sacerdotes diocesanos el celibato: para que puedan imitar a Cristo en
entregarse con todo el corazón al servicio de su pueblo.
Los sacerdotes diocesanos no pronuncian votos, pero sí hacen promesas de castidad y obediencia a su Obispo y son llamados a vivir en el espíritu de pobreza. Sin embargo, reciben su propio sueldo y tienen mucha más libertad e independencia que tendrían, por ejemplo, los religiosos en arreglar su horario de oración y actividad apostolic y dirigir los asuntos de la parroquia y los detalles de sus vidas personales. El “misticismo” del sacerdocio diocesano consiste en la identificación de sí mismo y la union con Cristo mediante la celebración de los Sacramentos y el entregarse en servicio y pureza del corazón a su rebaño.
“Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo cabeza y pastor, proclaman con autoridad su Palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, cabeza y pastor, y en su nombre” (Papa San Juan Pablo II, Pastores Dabo Vobis, no. 15).
P. Heraldo José Brock, C.F.R.