viernes, 5 de junio de 2015


Mi sendero de felicidadhistoria de una vocación religiosa

Nací en Polonia el año 1970. Crecí en una familia católica y muy creyente. Tuve una niñez feliz. Mi mamá era y es una mujer de mucha fe y devoción igual que mi papá. Una de las cosas más lindas que recuerdo de mi niñez son los cantos marianos que me cantaba mi mamá chineándome en sus brazos. Cuando era niño soñaba con ser un piloto. Quería quizás viajar hacia tierras muy lejanas, sin embargo, las condiciones económicas de mi familia no eran favorables para realizar este tipo de sueños.

Desde la edad de ocho años empecé a ocuparme de vacas de mis abuelos paternos. Tenía que pastorearlas. Era mi tarea cotidiana que me tenía ocupado todos los días, desde mayo hasta noviembre, exceptuados los domingos. Postrado boca arriba en un prado suave, miraba a menudo el cielo azul y contemplaba en él a los aviones que lo cruzaban. Y así viajaba sin pagar los boletos. Ya desde cuando era niño tenía curiosidad por otros idiomas, me gustaba mucho el francés. También como niño soñaba con ser un sacerdote. A la edad de nueve años quizás ya “celebraba” la misa para mis compañeros de clase colocado en lo alto de una cerca parroquial, y mis compañeros me escuchaban.

Cuando terminé de frecuentar la escuela, me fui a estudiar en un colegio franciscano de los Frailes Menores en Polonia. Entré allí más que todo para estar un poco más lejos de mi casa paterna y olvidarme para siempre las vacas de mis abuelos. Por eso ni siquiera me informé a fondo acerca del carácter verdadero de este colegio. Entré  en  él sin saber que era... un seminario menor de los frailes. Allí me quedé… para estar más lejos de mis benditas vacas. Pasaron cuatro años.  A los dieciocho años tomé la decisión de hacerme un fraile. Esta vez la razón no eran las vacas. Era por una fuerte experiencia del amor que Dios me tenía a mí y que Él me revelaba en aquel momento.

Hasta aquella fecha (22 febrero 1989), por varias razones, me parecía que sí Dios amaba a todos, pero no tanto a mí ya que era y me sentía un gran pecador. Sin embargo, el amor de Dios entró en mi alma y cuerpo. Me invadió y me recordó el sueño que tenía cuando era niño, el de ser un sacerdote.

Después de la formación inicial con los frailes en Polonia fui ordenado sacerdote y trabajé un año entero en un colegio público enseñando religión católica. Luego, mis superiores me enviaron a Roma (Italia) para completar otros estudios. Así dejé mi querida Polonia en el año 1997.  Dios a su manera, ocultándome el futuro, me llevaba hacia horizontes desconocidos.

El Buen Pastor no siempre me llevaba por caminos fáciles. Me hizo pasar también por “quebradas oscuras” (Salmo 23, 4) durante un tiempo de mi estancia en Italia. Así que tuve que atravesar los “valles” de dudas y de incertidumbres acerca de mi vocación religiosa y sacerdotal.

Al final, cuando sol de la esperanza volvió a brillar sobre mi, despejando todas mis dudas, alguien me regaló un libro sobre la vida de los Frailes de la Renovación. Se trataba de una nueva comunidad religiosa fundada en Nueva York en el 1987. Pronto descubrí que ellos llevaban una vida impregnada de una fuerte y cotidiana devoción eucarística (la Hora Santa todos los días). Muy sorprendido, dentro de mí sentí el llamado del Señor a unirme a ellos.

Con el permiso de mis superiores salí entonces de Europa y me fui a los Estados Unidos para adorar a Jesús junto con ellos. Me sentía como Abraham que había salido de su propia tierra sin saber a donde iba, sin embargo, en mi corazón reinaba paz y alegría. Empezaban también a cumplirse los sueños de mi niñez. Sin llegar a ser un piloto, empecé a viajar en avión hacia tierras muy lejanas. Aprendí también varios idiomas. Llegué a ser misionero. Por primera vez llegué a Nicaragua en el 2010. Un año después, mis superiores me sacaron del país por mis muchas y continuas enfermedades. Me fui en el 2011 pensando que salía de Nicaragua para siempre, sin embargo, Dios tenía otros planes. Regresé a Nicaragua y hasta la fecha gozo de muy buena salud. Hoy veo, con mucha gratitud hacia Dios, como todos los senderos de mi vida se están transformando en senderos de felicidad. ¡Alabado sea Dios!

(P. Gregorio Wierzba, Fraile Franciscano de la Renovación (CFR), Convento San Antonio, Matagalpa).







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