miércoles, 24 de junio de 2015

Una voz llamando en el desierto



 “ Y a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. ”  Lucas 1, 76-77

Durante los años de mi discernimiento de la vocación de un fraile, dudaba bastante mi capacidad de vivir la vida de un hombre consagrado a Dios.  Me pareció una tarea ingente vivir así.  En 2006, tuve la oportunidad de ir a México para peregrinar a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.  Allí me llamó la atención un cuadro que retrataba una imagen de los indios pidiendo el bautismo tras la aparición Guadalupana.  ¡Cuánto desearon el bautismo!  En un período de pocos años, ocho millones fueron bautizados.  Su inmenso deseo y perseverancia me hicieron reflexionar a mi propio bautismo; me pregunté qué significaba ser bautizado.   Desde allí, me encontré con la persona de San Juan Bautista.

¿De quién más podemos aprender sobre el bautismo que de él, quien bautizó aún a Jesucristo?  San Juan Bautista es el ejemplo por excelencia de cómo vivir el bautismo.  Su modo de ser y modo de vivir son la vocación de todos los bautizados, más particularmente de los religiosos consagrados.  La vida consagrada tiene su fundación en el bautismo y que no se nos debe parecer algo extraña ni imposible a vivir.  Debe ser familiar a todos los cristianos porque la consagración religiosa y el bautismo son profundamente relacionados.  En el bautismo se encuentra el sentido y el propósito de la consagrada religiosa.

Como San Juan Bautista, todos los bautizados son llamados a ser profeta, “una voz” que proclama el perdón de los pecados, el arrepentimiento y la venida de Jesucristo.  Por la virtud de nuestro bautismo, ya somos consagrados a Dios.  Por el bautismo, somos criaturas nuevas en el nombre de la Santísima Trinidad.  Por el bautismo, somos hijos adoptivos del Dios Padre.  Por el bautismo, somos incorporados a uno solo cuerpo, la Iglesia, Cuerpo de Cristo.  Por el bautismo, somos templos del Espíritu Santo.

“Incorporados a la Iglesia por el Bautismo, los fieles han recibido el carácter sacramental que los consagra para el culto religioso cristiano.  El sello bautismal capacita y compromete a los cristianos a servir a Dios mediante una participación viva en la santa Liturgia de la Iglesia y a ejercer su sacerdocio bautismal por el testimonio de una vida santa y de una caridad eficaz.”  (CCC 1273)

Por nuestro bautismo, somos llamados a servir a Dios, a participar en la vida de la Iglesia, a ejercer nuestro deber cristiano, a amar a nuestro prójimo y a testificar al evangelio por palabra y obra.  Esto es la vocación de una persona bautizada.  Tal persona que desea comprometerse a este modo de vida por medio de la profesión de los tres votos religiosos o consejos evangélicos.  Al profesar los votos a Dios, tal persona llega a ser una persona consagrada a Dios.  Es decir ha tomado públicamente la decisión de vivir su bautismo como su profesión y ocupación entera.  Toda su vida se dedica totalmente a Dios.

 “Los consejos evangélicos están propuestos en su multiciplidad a todos los discípulos de Cristo.  La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia.  La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la Vida Consagrada a Dios.”  CCC 915

“El estado religioso aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración más íntima que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios.  En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.” (CCC 916)

La persona consagrada se dedica a servir a Jesús y a la Iglesia, su Esposa.  “Entregado a Dios supremamente amado, aquel a quien el Bautismo ya había destinado a Él, se encuentra en el estado de vida consagrada, más íntimamente comprometido en el servicio divino y dedicado al bien de toda la Iglesia.”  CCC 945

La Vida Consagrada tiene una misión particular.  La consagración religiosa tiene por misión el anunciar al Rey que viene.  “Mediante el estado de ser consagrado, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable.  Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración.  Pero ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misionera.”  CCC 931

La Vida Consagrada da testimonio público a la Buena Nueva y al mundo futuro.  La consagración religiosa es un “instrumento de la vida de Dios, un signo particular del misterio de la Redención, un ejemplo a sus hermanos, un testimonio admirable.”  (CCC 932)  El estado religioso es un testimonio público a la venida de Cristo.  Es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida. (CCC 933)

La Vida Consagrada es nada más que la profundización de nuestro bautismo.  Un mejor entendimiento y una apreciación más profunda de nuestro bautismo pueden ayudar bastante en el discernimiento de una vocación a la Vida Consagrada.

Pidamos suplicantes que Dios conceda la gracia de consagración religiosa a más personas que están discerniendo su vocación.  San Juan Bautista, ruega por nosotros.

 ¡Feliz Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista!

Fray Diego José, CFR

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