Alguna vez, una hija espiritual de San Padre Pio le hizo una pregunta acerca del discernimiento de espíritus. El santo le contestó por medio de una carta el 25 de abril 1914 lo siguiente:
Me dices
que no puedes distinguir si los rayos de luz que aparecen a veces en
la profundidad de tu alma vienen de
Dios o de otros y que tienes
miedo a estar decepcionada en todo a
causa de tu egoísmo sutil.
He aquí
pues, las señales por las cuales
puedes saber si estos rayos de luz
vienen del Padre de toda luz.
Estas señales puedan ser reducidas
a tres.
La primera es que estas luces producen un conocimiento
de Dios aun más
admirable,
él que mientras revelándose
a nosotros, nos da un conocimiento más y más profunda de su
grandeza incomprensible. En fin, esta
luz nos conduce a amar a Dios
nuestro Padre más y más y a
aumentar los sacrificios que hacemos
por su honor y gloria.
La segunda señal es un entendimiento
más comprensivo de nosotros mismos, y una humildad
al pensar que tales criaturas
despreciadas puedan tener la
audacia a
ofenderlo y todavía mirarlo y tenderse hacia Él. La tercera señal
es
que estos rayos celestiales producen
en el alma un desprecio creciente
de todo lo que pertenece a esta
tierra, con la excepción de aquellas
cosas que puedan ser útiles por el siervo de Dios
Ahora
bien, si tales rayos de luz producen estos tres efectos en tu alma,
acéptalos como provenientes de Dios. Ni el Enemigo, mucho menos
nuestra propia imaginación puede producir estos efectos en el alma.